Alejandría by Edmund Richardson

Alejandría by Edmund Richardson

autor:Edmund Richardson [Richardson, Edmund]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


13

No hay vuelta atrás

En Shimla, Burnes volvía a sentirse poco a poco el de siempre. El aire era puro y fresco. Todo el mundo parecía encantado de verlo. Se trasladó al Pabellón de Secretarios, que quedaba poco más abajo de la casa de lord Auckland. A la luz del atardecer, sus jardines verdes, sus muros blancos y sus tejados rojos se teñían de un dorado reluciente. Al este, se extendía hasta el horizonte una cresta de montañas tras otra, oscilando imperceptiblemente entre el verde y el azul oscuro. Dentro de las casas, los cuartos revestidos de madera tenían las lámparas encendidas, y la mesa estaba preparada para la cena. A aquellos que se habían aventurado demasiado lejos y habían contemplado demasiados horizontes, Shimla los reconfortaba. Aquí tenían un sillón junto al fuego, unas mantas colgadas del bastidor de latón envejecido de la cama y una taza caliente de dulce té matutino. Desde el sillón, uno podía llegar a pensar incluso que comprendía la India. Ese era el gran solaz que ofrecía Shimla, y también el motivo por el que, en 1838, era uno de los lugares más peligrosos del mundo.

Cuando Burnes, con el aspecto más respetable que pudo conseguir, acudió a informar a lord Auckland, dos de sus secretarios privados «corrieron hacia él y le suplicaron que no dijese nada que pudiera perturbar a Su Señoría: que les había costado Dios y ayuda que se concentrase en el asunto, y que incluso ahora recibiría encantado cualquier pretexto que le permitiera retirarse»[690]. El «asunto» resultó ser la invasión a gran escala de Afganistán.

En el curso de unas semanas, la modesta operación que habían propuesto Burnes y Masson —un oficial británico por aquí, un puñado de dinero por allá— se había convertido en una expedición militar mastodóntica. La primera reacción de Burnes fue de conmoción. La segunda, que quería estar al cargo. «Andamos perfilando una gran campaña para restaurar al shah en el trono de Kabul —decía—. Cuál es el papel exacto que yo voy a desempeñar, no lo sé, pero si la plena confianza y las consultas recurrentes son símbolo de algo, parece que seré el jefe. Puedo decirles sin ambages que es aut Caesar aut nullus [‘o el César o nada’], y si no me dan lo que me corresponde por derecho, pronto me verás rumbo a Inglaterra»[691]. A pesar de la seguridad de Burnes, uno de los secretarios de Auckland, John Colvin, había mandado ya una «carta privada a Macnaghten postulándose para la dirección diplomática de la expedición del shah»[692]. (Cuando Masson se enteró, pensó que aquel «desafortunado secretario era el último hombre de la India que debería haberse presentado».)[693].

La hueste de secretarios de Auckland andaba con ganas de sangre. «Los agoreros militares han dicho siempre que nuestro ejército no da la talla —criticaba Colvin—, pero nunca ha estado fundamentado»[694]. Hacía solo unas semanas que Burnes había renunciado a tener cualquier tipo de implicación en el retorno de Shah Shujah a Kabul: «Esto último no lo haré», había prometido[695].



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.